19.3.06

Los ritos de la República


Por David Gallagher (publicado en El Mercurio de Santiago el 17/03/2006)


En Chile hay tres formas de participar en una transmisión del mando. Unos pocos, sobre todo la elite de la Concertación, son invitados al Congreso. Estos se bajan en su mejor ropa de un auto de vidrios polarizados, caminan raudos por la alfombra roja, y saludan con besos o abrazos a sus pares, saliendo para la posteridad en la televisión, cual invitados a una boda real. Otros de envidiable entusiasmo, se levantan temprano para apostarse en las Alamedas y en las plazas y vitorear a los próceres que pasan. Pero los más asistimos desde la cama o un sofá.

La televisión nos da una enorme ventaja. Nos hace omniscientes. Vemos la risa de Lagos cuando casi se tropieza tras salir de La Moneda. Vemos, a la vez, los desfiles en Valparaíso. Vemos frente al Congreso los avisos de Tur Bus y Cóndor, y vemos como los políticos saludad a la Presidenta. Ella, con elegancia, acerca su mejilla derecha, pero algunos con influencia europea, como Guido Girardi, le besan también la mejilla izquierda.. Después la vemos tocarse el corazón y reírse cuando un señor le echa un piropo desde la galería. Y le oímos decirle a un atónito Frei que piensa averiguar el número del señor. En el mundo son escasos los líderes con humor: ojalá la Presidenta preserve el que tiene.

En la televisión aprendemos, por último, algo de lo que es el tiempo de la democracia. Vemos a Lagos llegar a Valparaíso, y pensamos con nostalgia que ésta sí que es una cinta que no podremos rebobinar. Cuando el Ford descapotable da la vuelta en U frente al aviso de Tur bus, para detenerse ante el aparatoso pórtico del Congreso, cuando Lagos sube las gradas por última vez como Presidente, pensamos por instante que sube como a un cadalso. Así de inexorables, así de despiadados son los tiempos de la democracia. Por esa tonta ceremonia: para consolarnos de que, si bien cambian los presidentes, perdura incólume la Presidencia.

Perdura, pero algo cambiada, claro. Se nota el cambio cuando la trayectoria del Presidente saliente es resumida por el nuevo vocero de Gobierno. Es cierto que este también se llama Ricardo Lagos, pero cuando habla de su padre desde el Cerro Castillo, le oimos un estilo simpáticamente distinto. “Hizo clic con la gente”. Después Ricardo Lagos W. anunciará que en el futuro habrá, “con todo respeto, un estilo menos acartonado”.

Finalmente, el discurso de la Presidenta al atardecer. Ella tiene el capital moral para sanar las heridas del país, y queda muy claro qué es lo que se quiere hacer. Su relación con su padre en eso es clave, y me parece magnifico que la exhiba con tanta franqueza. Veo allí el “lenguaje de la verdad” con que ella promete gobernar. Me gusta además, eso de “la patria inclusiva, donde ninguna diversidad esté afuera”. Esa es la izquierda liberal moderna, opuesta al socialismo conformista de antaño, ese socialismo añejo que hoy dia perdura en Cuba y Corea del Norte. Ésa es la izquierda nueva que Lagos forjó, y que parte de la base de que cada individuo es único.

Me parece muy bien que la Presidenta quiera también un Chile más solidario. Pero allí ojalá no se olvide de que el ser humano se siente más digno cuando puede contribuir a la sociedad, cuando puede él mismo ayudar, además de ser ayudado. Los mismos viejos, sin duda, necesitan mejores pensiones, pero los que están sanos también necesitan, igual que las mujeres, que los discriminen menos en el mercado laboral, que los tilden menos de inútiles y obsoletas. En Chile hace falta más asistencialismo, quizás, pero también más oportunidades, y formas de trabajo más flexibles.

17.3.06

LA VIDA POR DELANTE

OTRO 11 QUE MARCA LA HISTORIA.

por María Elena Wood.
(Artículo Publicado el 11 de Marzo del 2006 en la Revista del Sábado de El Mercurio de Santiago.)

¿Qué le está sucediendo a este país, a nosotros los chilenos y a esta mujer para hacer posible un desenlace que estaba fuera de todo plan político o personal?
Hoy es un día que marcará a fuego la historia de Chile del siglo 21. Michelle Bachelet Jeria, hija del general Alberto Bachelet Martínez, quien murió humillado y torturado un 12 de marzo de 1974 en la cárcel pública de Santiago, mientras esperaba ser procesado por traición a la Patria, ingresará a La Moneda como la primera mujer Presidenta de la República.¿Qué le está sucediendo a este país, a nosotros los chilenos y a esta mujer para hacer posible un desenlace que estaba fuera de todo plan político o personal? ¿Cuáles fueron las fuerzas capaces de generar una realidad que aún tiene sorprendido a medio Chile y a medio mundo? ¿Cómo la mayoría de los chilenos decidieron poner a la cabeza de la Nación a una mujer separada, socialista, agnóstica y víctima de la dictadura? Mirando hacia atrás, el primer atisbo de respuesta la dio ella misma en una conversación que sostuvimos siendo ella ministra de Defensa. No recuerdo cuál fue mi primera pregunta, pero sí se me quedo grabada su respuesta: “Al destruir mis prejuicios, me encontré con mis raíces”, dijo mientras recorría cómoda la oficina desde donde comandaba a las mismas instituciones armadas que treinta años antes habían aniquilado su mundo de seguridad afectiva y hecho trizas su proyecto de vida.Para llegar hasta ahí, Michelle Bachelet había recorrido un largo y solitario camino, donde en algún momento, no sé cuando, debe haber tenido que optar entre quedarse pegada a los dolores y rencores del pasado, o simplemente hacerse cargo de su historia y saltar con esa mochila hacia el futuro. Más pistas. En otra entrevista, la en ese entonces ministra de Defensa confesó: “No soy un ángel No he olvidado. El dolor permanece. Pero lo he tratado de encauzar a una esfera constructiva. Lo que sucedió en Chile fue tan doloroso, tan terrible, que no podría querer que nadie volviera a padecer lo que nosotros vivimos”.Ángeles y demonios. Por tratar de tener la razón, muchas veces los seres humanos les asignamos la marca del bien a aquellos que están afectiva o ideológicamente con nosotros y designamos como representantes del mal a aquellos que nos han hecho daño y seguimos percibiendo como una amenaza.Durante muchos años, Chile fue un país de ángeles y demonios. Siendo el miedo y la rabia de unos y otros, y la negación y soberbia de muchos, tierra fértil para la intolerancia. Todo, abonado y propiciado por el mayor de los males en una sociedad: la impunidad.¿Se puede vivir creyendo que el mundo se divide entre ángeles y demonios? Claro que se puede, parapetado como un sobreviviente siempre alerta a que el enemigo vuelva mostrarnos sus dientes. ¿Se puede construir un futuro? Difícil.En estos 16 años de democracia han sido muchos los gestos y acciones concretos que nos han permitido ir reencontrándonos. Han sido voluntades personales e institucionales, que sin ingenuidad con valentía, han depuesto sus barreras defensivas para reconocer en el otro a un interlocutor, distinto pero válido. Algunos han actuado obligados por las circunstancias más que por convicción, pero igual lo han hecho. El temor al otro persiste, pero se va atenuando.Quiero creer que nada de esto hubiese sido posible si los chilenos, en nuestra esencia, no hubiésemos sido una sociedad democrática. Con carencias, egoísmos, desigualdades y temores que en algún momento hicieron pensar a unos que había otros que no tenían cabida en el país más justo o más próspero que querían construir. Un país dividido en ángeles y demonios. Una familia quebrada que sólo puede reconstituirse cuando sus integrantes dejan de estar obsesionados con demostrarle al otro que tienen razón y revisitan el pasado, con la decisión de entender y aceptar que hubo unos que cometieron actos gravísimos, otros que se equivocaron y muchos que fueron profundamente dañados.Si algo he aprendido observando en estos meses a Michelle Bachelet, es que para los seres humanos y las sociedades es imposible saltar al futuro sin reencontrarse con las raíces y mirar de frente la historia pasada.

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